miércoles, 20 de junio de 2012

Acapulco (by Choche)

Ilustración de Choche

Pablo Neruda
Canto general


XIII – Los puertos

Acapulco, cortado como una piedra azul,
cuando despierta, el mar amanece en tu puerta
irisado y bordado como una caracola,
y entre tus piedras pasan peces como relámpagos
que palpitan cargados por el fulgor marino. 


Eres la luz completa, sin párpados, el día
desnudo, balanceado como una flor de arena,
entre la infinidad extendida del agua
y la altura encendida con lámparas de arcilla. 


Junto a ti las lagunas me dieron el amor 
de la tarde caliente con bestias y manglares,
los nidos como nudos en las ramas de donde
el vuelo de las garzas elevaba la espuma,
y en el agua escarlata como un crimen hervía
un pueblo encarcelado de bocas y raíces. 
Topolobampo, apenas trazado en las orillas
de la dulce y desnuda California marina,
Mazatlán estrellado, puerto de noche, escucho
las olas que golpean tu pobreza
y tus constelaciones, el latido 
de tus apasionados orfeones,
tu corazón sonámbulo que canta
bajo las redes rojas de la luna. 


Guayaquil, sílaba de lanza, filo
de estrella ecuatorial, cerrojo abierto 
de las tinieblas húmedas que ondulan
como una trenza de mujer mojada:
puerta de hierro maltratadopor el sudor amargo
que moja los racimos, 
que gotea el marfil en los ramajes
y resbala a la boca de los hombres
mordiendo como un ácido marino. 


Subí a las rocas de Mollendo, blancas,
árido resplandor y cicatrices, 
cráter cuyo agrietado continente
sujeta entre las piedras su tesoro,
la angostura del hombre acorralado
en las calvicies del despeñadero,
sombra de las metálicas gargantas, 
promontorio amarillo de la muerte. 


Pisagua, letra del dolor, manchada
por el tormento, en tus ruinas vacías,
en tus acantilados pavorosos,
en tu cárcel de piedra y soledades 
se pretendió aplastar la planta humana,
se quiso hacer de corazones muertos
una alfombra, bajar la desventura
como marca rabiosa hasta romper
la dignidad: allí por los salobres 
callejones vacíos, los fantasmas
de la desolación mueven sus mantos,
y en las desnudas grietas ofendidas
está la historia como un monumento
golpeado por la espuma solitaria.

Pisagua, en el vacío de tus cumbres,
en la furiosa soledad, la fuerza
de la verdad del hambre se levanta
como un desnudo y noble monumento. 


No es sólo un hombre, no es sólo una sangre 
lo que manchó la vida en tus laderas,
son todos los verdugos amarrados
a la ciénaga herida, a los suplicios,
al matorral de América enlutada,
y cuando se poblaron con cadenas 
tus desérticas piedras escarpadas
no sólo fue mordida una bandera,
no fue sólo un bandido venenoso,
sino la fauna de las aguas viles
que repite sus dientes en la historia, 
atravesando con mortal cuchillo
el corazón del pueblo desdichado,
maniatando la tierra que los hizo,
deshonrando la arena de la aurora. 


Oh puertos arenosos, inundados 
por el salitre, por la sal secreta
que deja los dolores en la patria
y lleva el oro al dios desconocido
cuyas uñas rasparon la corteza
de nuestros dolorosos territorios. 


Antofagasta, cuya voz remota
desemboca en la luz cristalizada
y se amontona en sacos y bodegas
y se reparte en la aridez matutina
hacia la dirección de los navíos. 


Rosa reseca de madera, Iquique,
entre tus blancas balaustradas, junto
a tus muros de pino que la luna
del desierto y del mar han impregnado.
ue vertida la sangre de mi pueblo, 
fue asesinada la verdad, deshecha
en sanguinaria pulpa la esperanza:
el crimen fue enterrado por la arena
y la distancia hundió los estertores. 


Tocopilla espectral, bajo los montes, 
bajo la desnudez llena de agujas
corre la nieve seca del nitrato
sin extinguir la luz de su designio
ni la agonía de la mano oscura
que sacudió la muerte en los terrones. 


Desamparada costa que rechazas
el agua ahogada del amor humano,
escondido en tus márgenes calcáreas
como el metal mayor de la vergüenza.
A tus puertos bajó el hombre enterrado 
a ver la luz de las calles vendidas,
a desatar el corazón espeso,
a olvidar arenales y desdichas.
Tú cuando pasas, quién eres, quién resbala
por tus ojos dorados, quién sucede 
en los cristales? Bajas y sonríes,
aprecias el silencio en las maderas,
tocas la luna opaca de los vidrios
y nada más: el hombre está guardado
por carnívoras sombras y barrotes, 
está extendido en su hospital durmiendo
sobre los arrecifes de la pólvora. 


Puertos del Sur, que deshojaron
la lluvia de las hojas en mi frente:
coníferas amargas del invierno 
de cuyo manantial lleno de agujas
llovió la soledad en mis dolores.
Puerto Saavedra, helado en las riberas
del Imperial: las desembocaduras
enarenadas, el glacial lamento 
de las gaviotas que me parecían
surgir como azahares tempestuosos,
sin que nadie arrullara sus follajes,
dulces desviadas hacia mi ternura,
despedazadas por el mar violento 
y salpicadas en las soledades.


Más tarde mi camino fue la nieve
y en las casas dormidas del Estrecho
en Punta Arenas, en Puerto Natales,
en la extensión azul del aullido, 
en la silbante, en la desenfrenada
noche final de la tierra, vi las tablas
que resistieron, encendí las lámparas
bajo el viento feroz, hundí mis manos
en la desnuda primavera antártica 
y besé el polvo frío de las últimas flores.

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